que no muerdo ni beso,
en tus muslos dulcísimos y vivos,
en tu carne sin fin... (Sabines, 1951).
El vacío de la noche llegó, quizá no pasé las últimas pruebas, una angustia me asfixia, en mi cuerpo hueco sólo queda tinta y papel, murmullos sordos y ansiedades hechas agua. Camino despacio, como si la parsimonia de mis pasos me trajera tranquilidad, las calles parecen las mismas, vacuas, infames. Unos locos blasfeman en la esquina, todo se torna gris, de pronto estoy mojada hasta el tuétano...
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