Volviendo al sur, después de un viaje que parecía interminable.
Ahora puedo decir que conocí la verdadera oscuridad, no la que han definido otros, sino la mía, la que quebranta la razón pues es única y personal. Esa negrura que opaca todo, que se pierde en el abismo más profundo del mar y se disipa si abres los ojos, si buscas la transparencia, la luz aunque sea sólo en recuerdos.
En medio de ese camino que parece bifurcarse, me encontré perdida dentro del bosque sin tiempo, y ahí lo encontré, ese ser extraño que flotaba en el aire. Vestido de negro, sobre una cama de espinas, con el rostro de niño y aroma a tabaco.
Absorta seguí sus pasos por un tiempo pues me atrapó esa magia que no conocía, me envolvió ese sentimiento enigmático de soledad y vacío, con ese caminar ensimismado, aparentemente rudo.
¿Quién podría pensar que existen seres de ese tipo aún en este siglo? Seres que se ocultan en la oscuridad, que vagan y penan eternamente, sólo emiten sonidos guturales que confunden, son capaces de transformarse en ejemplares de belleza sublime, de perturbar la mente a tal grado de creer que los amas, que darías la vida por ellos.
Parecido a la estrella de Howl, se presentó ante mi, me cegó con su destello momentáneo que precedía a la oscuridad asfixiante, lo bebí sorbo a sorbo, y de un momento a otro mi corazón latía en las palmas de mis manos, las vísceras colgaban de mis dedos. Me di cuenta de que él afilaba las garras, e intentaba abrir las alas.
De nada sirvió rezar, ni intentar correr, tampoco borrarle de mi mente o del vació de mi pecho. Cerré los ojos tratando de re iniciarme, en la entrada de la mente dos caminos...
¿Qué cuál tomé? El evidente, el único que me faltaba tomar y que estuvo delante de mí todo el tiempo, el que va a Essauria, a esa fortaleza protegida por dragones de humo, no menos poderosos que los de piedra...
