Camino en silencio, de noche, son
las cuatro de la mañana y no he podido dormir, como casi siempre, he vagado
casi toda la noche de burdel en taberna, y ahora me bebo la otra botella de whisky
a mitad de la calle. En la lista aleatoria del reproductor aparece irónicamente
Portishead y su “Roads”, enciendo un cigarrillo, ajusto mi gabardina azul,
mientras un frió insolente cala los huesos.
Ya hace tiempo que había decidido
guardar mis sentimientos en un frasco con formol, así podría reír de ellos de vez
en cuando, pero hace seis meses algo salió mal. Como de costumbre, estaba
saliendo con más de tres mujeres, cuando una me aburría o las cosas se ponían
demasiado serias, migraba a otra, la mayoría cree que es algo fácil, pero es un
tanto complicado, sobre todo cuando todas se sincronizan y empiezan a exigir
más tiempo. Es entonces cuando aprovecho
las bondades de mi trabajo y viajo al lugar que me plazca. Justo en uno de esos
viajes la encontré. Paseaba por la playa
con sus apenas 28 años, sus piernas largas y torneadas, enfundada en un bañador
rojo, con el cabello rizado largo y
negro.
Dejó las escasas pertenencias en
la arena, y se metió al agua, decidí esperar cerca, leyendo un poco, más bien
pretendiendo leer. Cuando salió del mar el resplandor del agua convirtió su
silueta en un cristal que fue directo a clavárseme en la sien. Mientras trataba
de hilar las palabras de la página 20, ella se acomodó a mi lado y mirando de
reojo preguntó “¿Te gustan las historias de putas?”, me desconcertó, “¿Lo has leído?” pregunté titubeando y enseñando
el libro, “Claro, en algún tiempo Keruack fue de mis autores preferidos”, “¿Y después?”
pregunté, “Después maduré y dejé de drogarme”, comenzó a reír.
La invité a tomar un trago, de
pronto entre las palabras que salían de sus suculentos labios rojos, me dio la
impresión de estar frente a un ser irreal, era sensual, divertida y sin una
gota de recato, en sus ojos habían destellos de melancolía que la hacían
todavía más intrigante. Nos embriagamos, ella más que yo, pasamos la noche juntos, moría de ganas de
tocarla y cogérmela como un salvaje, pero no lo hice. Nos frecuentamos esa
semana, y luego tuve que partir a casa, pensando en no volver a verla.
De regreso en casa los días
transcurrieron como siempre, pero la
monotonía de los días, las exigencias de siempre, hasta el sexo terminaron
hartándome y me volví un personaje solitario, para mí fue el ´periodo más
cercano a la felicidad, sin nadie que esperara nada de mí, me dediqué a leer, y
retomé el pasatiempo de jugar ajedrez y escuchar discos viejos, de vez en
cuando fumaba algún habano, o salía a recorrer las librerías del viejo en el
centro.
Pasaron seis meses.
Una tarde mientras bebía una
cerveza en el McCarthy's del centro, escuche una voz llamándome por el hombro,
era ella, me estremecí al verla como si hubiera visto un fantasma, pregunté
“¿qué haces acá?”, me contestó que le habían ofrecido trabajo en la ciudad, y al ser su hijo lo único que le quedaba en su
anterior lugar, había decidido probar suerte, se había instalado en un
apartamento pequeño cerca de ahí, y justo ahora estaba por encontrar a una
amiga del trabajo.
Le pedí su número y me despedí de
ella.
Nos vimos esa semana, fuimos al
cine, insistió ver una película griega llamada “Xenia” bastante aburrida por
cierto, me dormí. Sentí su codo incrustado en mi costado, y traté de
recuperarme, pero la película había terminado. “No te perdiste de nada, sólo un
ridículo conejo convertido en botarga, saltando de un lado a otro”.
Comencé a frecuentarla más,
disfrutaba mucho pasar tiempo con ella, y no podía pensar en otra mujer. Me
pregunté si acaso había llegado la hora de sentar cabeza, a mis 43 años, era
absurdo, la diferencia de edades, su vida tan diferente a la mía.
Una noche me llamó angustiada,
había dejado a su hijo con la nana, y ésta se había descuidado el niño de dos
años subió a la azotea mientras ella tendía la ropa, y callo de un segundo
piso, ahora estaban en el hospital, fui de inmediato. Llegué justo cuando el
doctor le explicaba que había derrame cerebral y tendrían que operar, no daba
muchas esperanzas.
“¿Y ahora qué hare?, si no
sobrevive ¿cómo lo haré yo?” Sentí un vuelco en el pecho. Seis horas después le
entregaban el cuerpo del niño, mientras ella estaba pálida a punto de
desfallecer y con la cara hinchada de tanto llorar. Solicitó cremaran el
cadáver. Sepultó las cenizas en un parque bajo un árbol aún pequeño.
Pasó en cama una semana, sin
poder comer y durmiendo a ratos, llamaron de su trabajo para avisarle que
estaba despedida. Le dio igual y siguió durmiendo. Cuando despertaba se acurrucaba con Tato, un títere de peluche
con forma de gato, que había sido el juguete favorito del niño, hablaba con él
como si pudiera escucharla, luego callaba y estallaba en llanto. Pensé que iba
a enloquecer en cualquier momento.
Me mudé con ella para cuidarla
unos días, poco a poco fue recobrando un poco de vida, pero parecía aún
distante. Le propuse hacer un viaje, al lugar donde la conocí, accedió sin
mucho ánimo. Preparamos las maletas, ella empacó una maleta pequeña. Pregunté
si no eran pocas cosas para una semana, ella sonrió con indiferencia. En el
camino la observaba de reojo, la veía disfrutar el aire en la cara, y en el
cabello, mientras el sol calentaba su rostro, sonrió levemente.
Pasamos tres días en un estudio
cerca de la playa. A las tres de la mañana se levantaba, gritando el nombre de
su hijo, para luego deambular por la playa a la luz de la luna, al cuarto día
camino de regreso a casa, me pidió parar en un lugar que creyó reconocer de
lejos. Era un hotel en ruinas, muy similar al de la película del conejo
ridículo en la que me quedé dormido.
Del bolso, sacó una bolsita con
unos ácidos que había conseguido con un amigo justo antes del viaje, me ofreció
uno, sólo tomé la mitad, ella se lo comió completo, después de un rato el sol
parecía más brillante, y las paredes del hotel me recordaron la vecindad de
Tristeza, tal y como la describió Keruac. Me dio su reproductor portátil, y me
dijo “Escucha”, la lista empezaba con “If I close my eyes forever” de Lita Ford
y Ozzy Osbourne, cerré los ojos, comencé a viajar con los acordes de la
guitarra, a Lita le siguió Portishead con “Roads”, así que me quité los
audífonos y le grité en tono de broma: ¡¿Y con ésta música piensa animarte?! Sonrió ambiguamente.
A lo lejos, el agua resplandecía como
un arcoíris líquido, pude ver como se quitaba la ropa hasta quedar completamente desnuda,
caminaba por la orilla pateando las olitas que llegaba a sus pies, salpicado una
lluvia de colores, riendo a carcajadas, fue la primera vez que la vi reír desde
el incidente.
No pude evitar la erección,
comencé de desnudarme también, dejé a un lado las pertenencias y la seguí, se sumergió de un salto, en vez de
piernas me pareció ver una cola de pez dorada, lo atribuí al efecto del LSD. Seguí
nadando hasta donde la vi sumergirse, esperé a que saliera, pero no lo hizo, la
busque hasta que no pude más.
Dos días la buscaron los del cuerpo de rescate,
hasta que me mandaron de regreso a casa.
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